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Levi Street / Vladimir Levi. El Arte De Ser Uno Mismo / Capítulo 3. EL PÉNDULO DEL SENTIDO COMUN

 

Capítulo 3. EL PÉNDULO DEL SENTIDO COMUN

...como la fiebre,
la bruma de inclinaciones rebeldes
o la lucha de ardientes pasiones
siempre se agita de extremo a extremo
del paraíso al infierno, del infierno al paraíso

P.A. Viazemski



EL PENDULO DEL SENTIDO COMUN


Se trata de cómo y por qué nos diferenciamos mucho más de nosotros mismos que de otros. Valores y valoraciones: relación y deferencias. Los límites del control volitivo. ¿Qué cosa es armonía interna?



Hablemos de temas insolubles

Hay cosas importantes e insignificantes y otras que no significan absolutamente nada, como por ejemplo, con cuáles dedos sujetar el cigarrillo, aunque ello pueda tener importancia para la técnica de segundad contra incendios.
La mesa a la que me encuentro trabajando en este momento tiene dos precios: uno es el precio comercial; el otro, el precio-para-mi, que no puede medirse en dinero (pues la mesa es una reliquia de mis antecesores). A este precio-para-mi lo denomino valoración interna. Incluso, puedo decir lo siguiente, esta mesa es un objeto de mi valor interno.
¿Está claro hasta aquí?
Sistema de valores, escala de valores, juegos de valor, orientaciones de valor... Tales combinaciones de palabras podemos encontrarlas cada vez con mayor frecuencia en las obras de sociólogos y filósofos, psicólogos y matemáticos. Los fisiólogos y psiquiatras hablan de valoraciones y también de valores...
Veamos el siguiente psicologema:

¿Qué vida aprecia Ud. más: la de su padre, la de su madre, la de su hijo pequeño o la suya propia? ¿A quién salvaría primero en caso de ocurrir una catástrofe, un incendio, por ejemplo?

... ¿ Y   p o r   q u é  n o  a  l a  m a d r e?  Posiblemente tenga Ud. más hijos, pero otra madre o padre...
¡Vaya tema detestable! ¡El mismo pensamiento es sacrílego y nos indigna hasta la posibilidad misma de pensarlo!...
En efecto: estas cosas no pueden saberse hasta llegado el momento en que todo se decida y en este caso no queda otro recurso que confiar en la subconsciencia.
He aquí en toda su dimensión lo que podríamos denominar   s o b r e v a l o r a c i ó n: los padres normales sobrevaloran la vida de su pequeño hijo, los hijos normales, la vida de sus padres y cualquier persona normal sobrevalora su propia vida. Y la defensa interna contra esta sobrevaloración en situaciones que están por encima de nuestras fuerzas es ignorar involuntariamente, rechazar el objeto mismo, olvidarlo, es lo que sencillamente produce la pérdida del conocimiento, el choque psíquico, el desmayo. Este es el conocido comportamiento del avestruz: oculta su cabeza en la arena, y así se resuelven los problemas insolubles. Es de esta forma que las mujeres olvidan los dolores de parto; de igual modo vivimos olvidándonos de la muerte, las enfermedades y la guerra, de nuestros defectos físicos y de nuestros deberes, de los remordimientos, de los actos desleales para con nuestros seres queridos y con el prójimo, de los terribles golpes asestados a nuestro amor propio. Pero este tipo de olvido nunca suele ser completo. El juego donde “se apuesta la vida” es el principal juego de la evolución, que representa el Juego de los Juegos para cada cual y por eso se comprende por qué la participación de la conciencia en ese juego es tan limitada. Nuestra naturaleza es más antigua que nosotros mismos y la ambigua complejidad del intelecto se oculta fácilmente tras la sencilla apariencia de una seguridad animal. Incluso cuando no se trata de la vida como tal hay algo en nosotros que pone al mismo nivel de aquélla tanto una cosa como la otra, algo que busca la plenitud sin restricciones. Tal vez se deba al instinto de lucha, a la necesidad de tensiones, de amor, o al hecho de atribuir demasiado valor a las cosas. Podemos llamarlo de varias formas... Aquí también es importante volver a señalar que nuestras principales valoraciones se desvían de nuestro campo visual inmediato, se confunden y se pierden en las sombras... ¿Se las puede apreciar objetivamente?

Bromeando con pequeñeces

Lidia K, Candidata a Doctora en Ciencias Filosóficas y persona agradable en todos los sentidos, llenó personalmente dos cuestionarios.
El primero se denominó:
“La jerarquía de sus valores en orden decreciente (desde lo más importante hasta las pequeñeces más insignificantes). Mínimo de puntos: 10; máximo 100”.
Se obtuvo lo siguiente:
____________________________________________________________

1.Sentir que soy necesaria y útil a los demás, a la sociedad y a la humanidad.
2.Salud.
3.Felicidad en el amor y en la vida familiar.
4.Un trabajo creador interesante.
5. Conocimientos. Ampliación del horizonte intelectual.
6. Comunicación, buenas relaciones en el colectivo.
7. Bienestar material.
................................................................................................
18. Bonitos zapatos, a tono con la moda.
................................................................................................
55. Opinión favorable de María Gavrílovna sobre mi vida personal.
................................................................................................
71. Opinión positiva de los hombres sobre mi aspecto exterior.
................................................................................................
80. Mantener limpio el fregadero de la cocina.
................................................................................................
101. Presencia de cuchillos y servilletas en el comedor adónde voy a comer en raras ocasiones.
____________________________________________________________

Segundo cuestionario:
“Enumere sus alegrías y sinsabores por motivos concretos en orden decreciente.
A. ¿Qué es lo que más le alegra y la pone de buen humor?
B. ¿Qué le irrita, le agobia y la pone de mal humor? (Mínimo: 10 puntos; máximo: 100)”.
He aquí los resultados:

Confronte los respectivos puntos del cuestionario y ¿qué notará Ud.? En efecto, resulta que la jerarquía de los valores declarados y la jerarquía de sentimientos por motivos concretos no concuerdan, que de cierto modo han cambiado de lugar los niveles superiores e inferiores y que en algunas partes no existe lógica. Incluso parece que en cierto sentido las emociones van en contra de los valores, los rechazan y desmienten.
Así mismo me ocurre a mí y posiblemente a Ud., pero ¿a qué se debe eso, querido lector? ¿Por qué con tanta frecuencia parece que los hechos importantes de la vida nos dejan extrañamente indiferentes y, las insignificancias al parecer, nos inquietan de manera insólita?
Aquí es necesario precisar las palabras: ¿coincide o no y es lo mismo el valor y la valoración? Guiándonos por el sentido común responderíamos que sí, mas este último no siempre nos dirige. Pero al contrario, en nosotros existen también otros mecanismos de dirección — LOS BIOPÉNDULOS —, ocupados en su actividad

De día y de noche

Ya he hablado de ellos en artículos y en otros libros; aquí Ud. oirá hablar de ellos en algunos pasajes más y con seguridad que tendré que repetirlos otra vez. Ahora eche una mirada al esquema 1, la escala del tono o el péndulo de la actividad, que es el más importante de todos. A este esquema nos referiremos mentalmente en más de una ocasión, pues representa a todos los demás péndulos (y entre éstos se encuentra otro importantísimo: el péndulo de las emociones, la escala de relaciones y estados de ánimo).
En esta escala es donde se realizan las maravillas del autoentrenamiento.
El esquema es sencillo y la vida resulta compleja. El péndulo de la actividad, principal motor del cerebro y volante de la vida, posee un ritmo básico de 24 horas que va desde el sueño hasta la vigilia, además, en él se producen múltiples oscilaciones en muchas capas que dependen de la alimentación o del estado del tiempo, de situaciones o de estados de ánimo, de cómo se hallen los vasos, de la composición de la sangre y de otros muchos factores... Existen estados extremos, ciertas zonas de reserva, prohibidas, que sólo aparecen en situaciones excepcionales y en casos patológicos, a saber: estados frenéticos y convulsivos, por una parte, y profundos trastornos, letargo, choque y coma, por la otra...
Si se toma en cuenta que todos los péndulos están relacionados entre sí; que una persona que no llegó a tiempo para comer no es la misma que la que ya comió y que la que siente deseos de comer no piensa igual que aquella que ha satisfecho su apetito; si tomamos en consideración que
son dos casos completamente diferentes, el hombre que durmió mal con el estómago vacío y el que durmió bien con el estómago lleno, la complejidad del cuadro general adquiere contornos siniestros. Y sin embargo, hablando ya en serio, todo esto es necesario conocerlo para comprender y percibir los límites del autocontrol consciente, tanto para nosotros como para los demás.
Preste atención al punto medio situado entre la Animación y la Calma, o sea, al Punto de Equilibrio que no es fácil de alcanzar. Pero, supongamos ahora, al leer estas líneas, Ud. se halla precisamente en ese punto; supongamos que ese es el punto de concentración. ¿Qué le impide, sin soltar el libro de sus manos, cerrar los ojos y pasar a la zona de calma que tanto desean muchos? ¿El libro acaso? Pero éste no es un impedimento de consideración: tanto la animación como la calma constituyen ligeras oscilaciones del péndulo de la actividad situadas en los límites de la vigilia cotidiana y en este caso la voluntad se halla en el mismo nivel de dominio que las circunstancias. Es perfectamente posible ir más lejos y alcanzar el peldaño siguiente: si se ha alcanzado la calma no es difícil pasar al relajamiento. En el fondo de la animación, si Ud. no está fatigado, enfermo o disgustado, el ánimo aparece por sí solo. Una vez alcanzado el relajamiento es fácil adormecerse...
— ¡Qué va, ni pensarlo! — dicen algunos. En efecto, para muchas personas el simple relajamiento y la concentración ordinaria constituyen serios problemas: nos referimos precisamente a estos casos.
Pero seguir adelante, ¡qué difícil es! Cuánto más cerca se hallan de sus extremos, tanto mayor es la intensidad con que ciertas pertinaces barreras internas rechazan nuestra voluntad en sentido contrario, hacia atrás, hacia el centro. Y hacen lo justo, al rechazarlo, si no existe  una   predisposición    interna[/u]. Por supuesto, si Ud. tiene deseos terribles de dormir, pero está en vela porque  es   necesario , sólo tiene que reclinarse sobre algo... Y, naturalmente, si Ud. se halla en el colmo de la irritación, pero se contiene a más no poder, bastará que alguien...
Entonces ya será difícil  liberarse  de ese estado y retornar al estado anterior... Entonces lo único que queda es esperar hasta que se logre  u n a   c o m p e n s a c i ó n  (terminar de gritar, de pelear, de dormir, esperar a que cesen nuestros arranques) o bien cortar por lo sano mediante impulsos recibidos del exterior o los medicamentos. Una persona vencida por el sueño es tan incapaz de defenderse, como la que sufre convulsiones, o la que es presa de una rabia frenética, un amor apasionado, un pánico desesperado o una profunda nostalgia.
La máxima reza: “No basta con levantarse, hay que despertarse además”. Por las mañanas, en las horas “pico”, podemos ver en el transporte urbano un gran número de personas soñolientas que, a primera vista, parece que están completamente despiertas. El autor no les aconseja entablar conversación con ellas, precisamente por el hecho de que existe una estrecha relación entre el péndulo del vigor y el péndulo del estado de ánimo: la inercia de uno influye en el otro, aunque “por la mañana empiezan las buenas obras”.
Todos los biopéndulos actúan por inercia. Todos ellos, en virtud de una antigüedad animal, funcionan rústicamente, en forma indeterminada y en demasía; torpes y rutinarios, no pueden seguir los cambios operados en las sutiles indicaciones de la conciencia, los cuales, a su vez, no pueden seguir a la vida. Y cuando el péndulo de las emociones, por ejemplo, en un simple episodio de esclarecimiento de relaciones salta a la zona de lo incontrolable, tiene lugar un viraje traidor, se desplazan las coordenadas y los valores cambian de orden. ¿Por qué razón se preguntará, un hombre bien entrado en los cuarenta años, se comporta como un jovenzuelo en la biblioteca, en la calle o en el trabajo; con su esposa no pasa de ser un adolescente, él mismo es un niño con sus hijos, terco y tonto, además, y cuando se enferma se vuelve una criatura? ¿Por qué en situaciones decisivas en alguno de nosotros aparece operativamente un mono, y en situaciones de lucha aguda por la existencia, un cocodrilo, una boa o un tigre con dientes de sable, así como moluscos y otros bichos atractivos? ¿Qué ocurre con los valores tantas veces declarados y afirmados?
Con seguridad que esto: los acelerados péndulos los extringuen con sus valoraciones pasajeras y efímeras, pero poderosas. Es de pensar que los valores y las valoraciones que se encuentran dentro de nosotros constituyen algo diferente aunque relacionado entre sí. Un valor, por muy subjetivo que éste sea, puedo compararlo con algo, expresarlo y tener conciencia de él incluso tardíamente (“nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”), mientras que la valoración...
Aquí comienzan los gestos y las exclamaciones. Tomemos esta definición: un valor es una valoración de la que se tiene conciencia y la valoración es un valor subconsciente. En efecto, los valores internos se miden exactamente igual que los exteriores y los materiales, mediante su comparación con otros equivalentes (“la salud es ante todo”, “la libertad es más preciosa que la vida”); pero las valoraciones no pueden medirse de este modo, sino con arreglo a nuestros  e s t a d o s   internos, ellas mismas constituyen dichos estados. En el habla, los valores, al menos, son expresados por medio de palabras, y las valoraciones, mediante las entonaciones. ¿Cuál es para Ud. el valor interno del cordón de su zapato? Es probable que sea casi nulo. ¿Y si está a punto de perder el tren y se le rompe el cordón?... ¿Cuál es el valor de un vaso de agua? ¿Y cuál es la valoración cuando se siente una sed espantosa en medio de un desierto?...
Si los valores y las valoraciones coinciden, el individuo es íntegro, armónico y sincero, por lo menos ante sí mismo. Si son antagonistas surge el conflicto espiritual, una contradicción entre los sentidos y el intelecto, una falta de armonía interna. En la vida cotidiana, dicho sea de paso, la discordancia se encuentra a cada instante y, a menos que no rebase cierto grado, se considera normal, pero las cosas más descarnadas pertenecen a la patología. En psiquiatría se conocen estados como la llamada “insensibilidad mórbida”: los pacientes se lamentan de que no son capaces de amar ni de sufrir, todo el mundo les parece desprovisto de atractivo y todo les resulta indiferente. Pero debido a ese mismo estado experimentan atroces suplicios, se culpan de fríos e insensibles y se odian a sí mismos...
Es obvio que en tales estados deja de funcionar el aparato de las valoraciones, pero permanecen los valores; de lo contrario, ¿por qué torturarse?... Existen también estados directamente opuestos, escándalos de las valoraciones “al desnudo”: excitaciones hueras, nostalgia inmotivada, odio vago, éxtasis “vacíos” e incluso el amor “en general”, es decir, por todos y por nadie en específico. Todo ello constituye la actividad de los péndulos que han comenzado a balancearse, la predisponibilidad interna en su forma pura. “Déjalo que se apacigüe”, “no vayas a caer en mano ardiente”, estos consejos de la sabiduría psicológica cotidiana por lo visto, tienen en cuenta intuitivamente que la valoración “pura” busca y encuentra por sí misma con bastante facilidad el objeto.
Ahora bien — y esto habrá que repetirlo una y otra vez — todo lo que hace que nos transformemos de animales en personas, de niños en adultos, de individuos en personalidades, lo que constituye la madurez del ser humano, es decir, el control consciente y volitivo de la conducta, el control taxativo de las valoraciones, es justamente, desde el punto de vista de la naturaleza y de su Juego de Juegos, lo más juvenil, inmaduro y ambiguo.
La actividad dentro de los límites de la razón sólo se garantiza fisiológicamente por una franja relativamente estrecha de la posición cercana al centro de los péndulos: por el momento, aquí todavía los valores se transforman en valoraciones o sucede otra cosa diferente: los valores se convierten en estados; pero cuanto más cerca se esté de los extremos con tanta mayor razón sucede lo contrario: la valoración pasa a ser valor y el estado al valor. “El apetito viene con la comida...” Las personas que  s e   d e j a n   l l e v a r  por una discusión, un impulso amoroso o la bebida, aún en cierto momento saben y sienten que dicen no lo que deben decir, hacen no lo que deben hacer,   s i e n t e n   no lo que tienen que sentir: y, sin embargo, es por eso...
Pero, ¿para qué toda esta charla sinuosa?
Nota bene, un poco de paciencia:  e l      a u t o e n t r e n a m i e n t o    e s    p r e c i s a m e n t e    u n    m e d i o      d e    c o o r d i n a r    l a s      v a l o r a c i o n e s     y    l o s    v a l o r e s, el instrumento de trabajo de la armonización interna.
Y digamos, además: el autoentrenamiento sólo influye en el aparato de las valoraciones internas: los valores, a su vez, se aceptan como algo que no tiene duda. Ello es necesario para que sea denominado trabajo consigo mismo, pero no siempre basta. La variación de los valores es harina de otro costal.

Sobre el papel todo es liso

y aquí, sobre el papel, los valores internos y las valoraciones que les corresponden pueden dividirse en rangos convencionales conocidos perfectamente por todos en la vida cotidiana (véase tabla).


Estimado lector, todo esto no es tan complejo y por eso no es necesario memorizarlo; lo único que importa es tener conciencia de ello o más exactamente, volver a tener conciencia y aprender de tiempo en tiempo a recordarles a sus sentidos ciertas verdades sencillas y evidentes que les concierne a ellos mismos, a saber:
entre las posiciones extremas de los péndulos, entre los abismos y las cumbres, entre el “todo” y la “nada” se encuentran vastos espacios: colinas, valles y mesetas;
aquí es posible que a veces sea un poco aburrido pero no es menos cierto que crecen las flores del equilibrio y las espigas del sentido común; aquí, en la “franja media”, vive y prospera multitud de sutiles atractivos, cerca de los cuales las personas de los extremos y las personas de los abismos y las cumbres pasan velozmente, sin notarlo;
a su vez, el hombre cabal en todos los sentidos debe conocerlo todo: los nevados picos y las simas, los pantanos y los campos y los pacíficos prados en medio del bosque; son necesarios los arranques de ofuscación que queman; las frías tinieblas y el calor normal, libre de convulsiones; no vale la pena menospreciar nada y hay que saber muy bien estar allí donde se quiera.

P s i c o l o g e m a   i n f a n t i l

... Lloraban abuelo y abuela. Y la Gallinita Riaba les dice:
“No llores abuelo. No llores abuela. Les traeré otro huevo, no de oro, sino corriente...”

Se pregunta:

1.¿A qué nivel de valoración (=, ?,...!,∞)se hallaba en este caso el huevo de oro? ¿Y a qué nivel el huevo corriente? ¿Cuál es el rango del valor de uno y otro?
2 ¿Cuáles huevos son más rentables?
Las respuestas son claras: el huevo de oro es un sobrevalor típico; el huevo corriente es un valor y al máximo el valor indudable. El anciano y la anciana son pacientes típicos de un dispensario de psiconeurología que han sido víctimas de su propia sobrevaloración (que pasó por el péndulo emocional de positiva a negativa, del Paraíso al Infierno). En cuanto a la Gallinita, ésta, después de desempeñar prmeramente el papel de agente psicotraumatizante, de tentadora fatal, reflexiona, sin embargo, con rapidez pasa a desempeñar el papel de psicoterapeuta: en lugar de prometer pájaro volando, les ofrece en mano un huevo normal, de valoración media.
Preguntamos, además: ¿puede tenerse conciencia de una sobrevaloración o de un supervalor subconsciente?
Respuesta: sí ... Si no son suyos o si Ud. se ha convertido en otra persona.

Paradoja de la sobrevaloración

— es lo que ocurre
ante el miedo a la muerte e incluso una ficticia amenaza a la salud,
cuando se sienten celos;
en los exámenes, al defender una tesis o al hacer uso de la palabra ante personas cuyas opiniones y apreciaciones
sirven de punto de referencia interno;
ante cualquier amenaza al amor propio y a la propia estimación;
en todos los casos de falta crítica de tiempo;
en todos los casos de creciente espera, cuando antes de lograrse un objetivo cercano surgen obstáculos; durante las interrupciones insignificantes que se producen en cualquier cola,
en todos los conflictos, escándalos, discusiones, sobre todo entre las personas que se estiman, etc. En efecto, estos son precisamente los estados paradójicos, aquel mismo “tronco”...
Está bien claro lo que sucede con el péndulo: cuanto más fuerte éste se desvía hacia un lado, tanto mayor es la fuerza — potencialmente — con que se dispone a moverse hacia el otro lado. El péndulo de la actividad va del tenso estado de vigilia al sueño profundo (en las personas sanas); de las convulsiones a un coma avanzado (en los epilépticos). El péndulo de las emociones se mueve del Infierno al Paraíso (un trago de agua limpia para el sediento) y viceversa (en los narcómanos)... Se comprende ahora por qué una bienaventurada calma está preñada de pánico, cómo tras la fiesta sigue la tristeza como una sombra, por qué nuevas alegrías son nuevos desasosiegos, como comprar un automóvil y otras, es decir, círculos verdaderamente viciosos que hace tiempo hicieron notar los sabios orientales, quienes recomendaban destruir los deseos en aras de alcanzar el equilibrio espiritual. Por otra parte, el valor interno puede compararse con un clavo en el cual se balancea el péndulo de las valoraciones.
Estas oscilaciones naturales penetran en toda nuestra vida espiritual y su comprensión ayuda a prever y controlar ciertas cosas. Por ejemplo, si a Ud. le ignoran manifiestamente ello significa que se interesan por Ud., pero presentado esta forma, resulta claro. Pero qué respondería Ud. si le digo que la persona que Ud. admira ganará muy fácilmente su desprecio?... No se sorprenda tampoco si el más galante caballero del banquete resulta ser un villano en la calle o en su casa, pues esto es tan corriente como pasar de los embriagadores besos a las bofetadas y viceversa, y no dude Ud, que el individuo atento y servicial siempre es un sádico. Si existe alguien que es propenso a la burla contenida, podemos estar seguros de que esa persona es irascible y se desconcierta con facilidad. El mismo nivel de valoración, pero con signo contrario: tal es la amplitud de la obligada envergadura del péndulo. En el trato con los demás nos sentimos inclinados a contagiarnos del estado del mismo nivel de valoración de nuestro interlocutor, bien de signo homónimo (sinceridad—sinceridad, desenvoltura—desenvoltura, antipatía—antipatía, pánico—pánico), o bien de signo contrario (desenfreno—aletargamiento, admiración—desprecio). Mientras más alto es el nivel de valoración, tanto más intensas las influencias recíprocas, tanto las positivas como las negativas. Pero no olvidemos que existen valores y valoraciones aparentes, que entre la manifestación de sentimientos y la tensión interna de los mismos es más frecuente ver una relación inversa que directa y estas divergencias son tanto más agudas, cuanto más desarrollado esté el intelecto. El individuo que por sus manifestaciones exteriores no rebasa los límites de los dos primeros niveles de valoración, en muchos casos se asemeja por dentro a una caldera de vapor: un buen día puede reventar o bien puede suceder lo que es más frecuente: las explosiones se interiorizan y adoptan la forma de cierta hipertensión. O bien lo contrario: los sujetos expansivos o los que por su género de actividad (un artista, por ejemplo) arrojan continuamente las sobrevaloraciones hacia el exterior, en su vida interna tienden al justo término medio y estas personas tienen mayores probabilidades de vivir una larga vida.
¿Acaso merece la pena hablar sobre los abismos que median entre la discreción y el hermetismo, entre la desenvoltura y el desenfreno, entre la firmeza y el fanatismo, y con cuánta facilidad saltan de unos a otros nuestros péndulos? El más importante de los sentidos es el de la medida, en el cual también hay que observar el sentido de la medida, en el cual...
Pero aquí vamos a formular una última pregunta con la que daremos fin a este capítulo que se va haciendo algo extenso: ¿por qué razón las situaciones graves y críticas movilizan y estimulan a algunos a dar de sí lo mejor y a otros, por el contrario, los deprimen, desfiguran y deforman?
Pienso aquí que la cuestión consiste, al menos en parte, en las propiedades individuales de los mismos péndulos: en algunos éstas se afianzarán con firmeza de los “clavos” de los valores y, en otros, serán más inestables y se escaparán fácilmente a las zonas libres de control: bien hacia la parte de actividad excesiva o bien — y aquí encontramos la misma dialéctica— a la directamente opuesta.
De aquí se desprende una importante conclusión: cada cual tiene su zona óptima o registro de valoración, donde el resultado de la actividad corresponderá de la mejor forma al valor. Por consiguiente, no siempre en todo la valoración óptima debe ser del mismo rango que su valor correspondiente. Marcharse con el fin de quedarse o retroceder con miras a vencer...
Todo de lo que se hablará más adelante está dedicado a esto. Cuando estudiamos, trabajamos o amamos ponemos en alto unas valoraciones e interiorizamos otras; todo lo que en nosotros hay de humano ha sido creado por esta doble palanca y el genio, tal vez sea, nada menos que aquél que la domine a la perfección.

Capítulo 2


Capítulo 4




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