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Levi Street / Vladimir Levi. El Arte De Ser Uno Mismo / Capítulo 4. ORDENE NO ENFERMARSE

 

Capítulo 4. ORDENE NO ENFERMARSE


Compórtese como si ya fuera feliz y Ud. sentirá que lo es en realidad.

Dale Carnegie



ORDENE NO ENFERMARSE

(ni un sólo día sin autosugestión)


La autosugestión no es algo fuera de lo común, pero obra de manera constante y por ello es un mecanismo casi imperceptible de la psiquis. La sugestión sólo actúa desde el exterior cuando se convierte en autosugestión. Es la redistribución de las valoraciones internas. Las reservas ocultas se ponen de manifiesto expermentalmente. La autosugestión es capaz de prolongar la vida. Es la fisiología de la oración.



Hipnosis de la realidad

Es difícil hallar un momento en que esto no ocurra. ¿Será tal vez en el sueño? Es precisamente en el sueño donde se afianzan con más fuerza las principales autosugestiones del día.
Desde muy temprano, apenas acabamos de despertarnos y adquirir de nuevo conciencia de sí, es decir, una vez que conectamos la corriente de las percepciones a la memoria, — queramos o no — comenzamos a ponernos a punto.
¿Han reparado ustedes cómo se comporta una mujer que se acicala ante un espejo? Ella inculca con intensidad a sí misma que su aspecto es bastante agradable y, tal vez, atractivo... En ese momento no se da cuenta, desde luego, que está ejercitando la autosugestión, que simplemente la está poniendo en práctica. Un chófer de taxi que se dispone a realizar el recorrido de la ruta, mientras se acerca al auto y cruza algunas bromas con sus compañeros de trabajo, es probable que no sospeche que en cierto lugar de su subconsciencia, “ocultamente”, ya sus piernas se han puesto tensas como si estuviera a punto de apretar el acelerador, su habitual estado de atención aparece en escena, está presto a reaccionar a las luces de los semáforos, a tratar con los pasajeros...
Una mirada más atenta a nosotros mismos nos permitirá percatarnos de que muchos de nuestros cambios psíquicos, por no decir todos, ocurren gracias a la autosugestión. Yo experimento diferentes estados, ya se trate de asistir a un funeral o a una boda; en mi estado de ánimo siempre hay algo para mí y algo para los demás... “Nos damos cuerda” a nosotros mismos cuando nos preparamos para la inevitable reyerta y tomamos medidas para refrenarnos cuando deseamos aplacar un conflicto. Todo ello ocurre a veces de modo totalmente inconsciente, pero puede obtener una forma consciente y precisa. Desde cierto punto de vista, la autosugestión es todo lo que nos ocurre. Estamos sujetos a la constante hipnosis del más grande hipnotizador — la realidad —, y su agente principal — el ambiente humano. Todo lo que ocurre se nos inculca, pero sólo si llegamos a percibirlo.

Yo me elijo a mí mismo

Si estoy acostado, no estoy sentado, y si estoy sentado, no estoy de pie... En cada momento podemos hallarnos en una sola posición, esto se comprende. Pero si estoy de pie yo sé que puedo sentarme, si me encuentro acostado (estando sano) sé que puedo levantarme... En otras palabras, tengo la posibilidad de otra posición, cierta probabilidad de ella. Incluso puedo pararme de cabeza si lo deseo. Toda la serie de mis posibles posiciones el matemático la denominará “espacio de los grados de libertad” de mi cuerpo.
De igual manera en cada momento dado nos hallamos en un determinado estado psíquico. Pero la psiquis en su espacio de libertad lleva en sí en cada momento otras posibilidades.
Un perro le viene a Ud. encima ladrando. Tiene Ud., por lo menos, tres modos posibles de reaccionar: echar a correr, enfrentarlo agresivamente o permanecer pasivo. Imaginemos, en primer lugar, que sus actos se realizan conforme al primer impulso; supongamos que Ud. se asustó y huyó, que el perro le dio alcance, se aferró a su pierna y sintió Ud. un dolor agudo... En ese momento el susto puede fácilmente trocarse en cólera y que, en todo caso, se reduce a cero la probabilidad del estado de pasividad que desde el mismo inicio era lo menos probable... Pero la reacción es impulsiva, la elección de dicho estado la realizó la subconsciencia y Ud. sólo resultó ser el ejecutor automático de su “voluntad”.
He aquí otra variante de la situación. Ud. es un hombre joven, le acompaña una muchacha de la que está enamorado ardientemente. El maldito perro se lanza de nuevo y otra vez el primer movimiento suyo es retroceder, pero al instante le golpea un pensamiento: “¡Aquí está Ella!” Y como es lógico, en esta situación Ud. manifiesta firmeza y pasa a los actos enérgicos.
La autosugestión obró, pero Ud. no se dio cuenta; sin embargo, ¡hubo autosugestión! Se le podría llamar incluso sugestión: la presencia de su amiga le sugirió valor, pero ello no cambia la esencia del problema.
La autosugestión es la fuerza que actúa en el campo de libertad de la psiquis; no toma nada de la nada, sino que lo único que hace es incrementar la probabilidad de uno de sus posibles estados a expensas de otros. Es la redistribución de las valoraciones internas. Es su elección de sí mismo. Elección que raras veces es consciente, pero en ello reside su propia sabiduría.

Los sentidos no deben ser controlables
con excesiva facilidad


Se necesita ser un Flaubert para que nuestra temperatura suba vertiginosamente mientras describimos la fiebre; es necesario ser un Gorki para que al describir un pasaje donde la heroína es apuñalada lancemos un grito de dolor y veamos una mancha roja en nuestro cuerpo. Sería demasiada falta de ingenio si pudiéramos, a modo de robots, adoptar determinados estados oprimiendo unos botones situados en el cerebro: con oprimir un botón experimentaríamos éxtasis y entusiasmo; con otro, nos conmoveríamos y romperíamos a llorar; un tercero nos trasladaría a un estado de jocosidad... No harían falta la música, la poesía o el teatro.
Por el contrario, lo maravilloso es que los estados anímicos no obedezcan a programas previamente confeccionados, que cuando se habla de la necesidad de divertirse, sobrevenga el aburrimiento. La profundidad del ser humano hace milenios que se mofa de la necia inflexibilidad.
Sin embargo, es posible controlar las sensaciones: hay cerraduras secretas para las cuales, con un poco de esfuerzo, se puede hallar la llave maestra que necesitamos.

Estado “por encargo”

“Dime cuáles son tus autosugestiones y te diré quién eres...”
Cierto grupo de personas se reunió para celebrar una fiesta amistosa donde se suponía que todos debían estar alegres. Pero, cosa rara, nadie estaba alegre, sino que todos se sentían dominados por una fuerte tensión... Lo único que todos sabían era que había que estar alegres... Todos, en general, lo deseaban, pero eso no bastaba, era necesario que hubiese algo más, que se crease un estado de ánimo... Se empezaron a oír los acordes de la música, comenzaron a contarse chistes, historietas y anécdotas (estamos considerando un grupo de personas que son relativamente sobrias). Algunos empezaron a animarse un poco, otros iban a la zaga, probablemente porque eran demasiados los deseos que sentían... A su vez, los que se mantenían rezagados constituían una traba para los demás... La situación se estaba tornando tensa, languidecían las risas... Uno de ellos, con aire de seriedad, por principio no se reía. Hasta que al fin se deslizó un chiste ocurrente que provocó risas estrepitosas, el inspirado narrador se apresuraba por contar otros más, interrumpía otro que acababa de recordar algo chistoso, el camarada que adoptaba un aire de seriedad se sumó espontáneamente al jovial grupo: todo iba bien, se armó el bullicio y se despertó la atmósfera... ¿No les resulta familiar esta situación? Ahora miremos la cuestión desde el punto de vista psicológico y preguntémonos: entonces, en esencia, ¿de qué se ocupaban estas personas en los primeros minutos del encuentro?
Respuesta: de la autosugestión y de sugestionarse unos a otros. De la redistribución de las valoraciones internas que ya habíamos mencionado.
Estas personas se dieron semisubconscientemente el encargo de “estar alegres” y buscaban las vías para llegar a ese estado. Necesitaban “abrirse”. Las llaves para ello fueron los chistes, las anécdotas, en fin, la situación general...
Por la esencia del problema, no otra cosa es la que ocurre cuando “encargamos un estado” durante el AE o en otras autosugestiones de carácter especial, como por ejemplo, en los papeles que desempeñan los artistas. Al principio sólo se trata de un impedimento, una sombra a lo sumo, el esquema de la emoción o un signo convencional todavía sin vida... Después, la viva sensación hecha carne que es arrojada de la subconsciencia.
Esto es muy parecido a un recuerdo. Cuando intentamos recordar una palabra o el apellido de alguien, estamos tratando de sacar de su envoltura la forma oculta de nuestro conocimiento que vive en la conciencia solamente como certidumbre del conocimiento en un momento determinado.
Ya yo sé que sé, pero aún no sé qué es lo que sé... Entre la subconsciencia y la conciencia está tendido el puente de los sí y los no. Y comienzan a sucederse los esfuerzos internos, “uno en el clavo y ciento en la herradura”, tiene lugar un tanteo de variantes... La conciencia “empuja” a la subconsciencia... No, no es eso... Sí, eso mismo es...
¿Acaso no es esto lo que ocurre cuando se trata de resolver un problema difícil? Lo único que hace falta es recordar poner al descubierto la solución cómo si ésta ya se encontrara oculta en algún lugar... Es decir, “empujar” a la subconsciencia a realizar algunos esfuerzos tenaces... En el caso, de no ocurrir nada, se impone liberar nuestra mente, dejar de pensar, relajarse y seguir de largo (continúa el tanteo interno) una, dos, tres y hasta cinco veces... Con frecuencia el recuerdo o la solución emerge por si sola durante una pausa. Adelantándome, diré que de manera igual “sale a la superficie” el estado solicitado durante el AE. Es como si la subconsciencia lo recordara.

Dé órdenes de no enfermarse

No es fácil comprender la naturaleza de la autosugestión porque ésta casi siempre se entrelaza con otras fuerzas más evidentes. Podemos confiar en ella, pero ésta no se somete a cálculo. Dos enfermos que padecen de la misma enfermedad toman el mismo medicamento prescrito por un mismo facultativo. Uno de ellos mejora y el otro empeora... Por supuesto, la causa puede buscarse en la diferencia de constitución física, en la desigual composición química del organismo que interactúa con el medicamento. Pero la explicación también puede darse por la diferencia de temperamentos psíquicos: uno tiene esperanzas de sanar, pero el otro no... Es posible que uno de ellos mejoró sólo en cierto momento, en forma casual, y ello resultó suficiente para que la fuerza de la autosugestión se pusiera en marcha y creara una reacción en cadena, mientras que con el otro sucedió lo contrario...
Por experiencia profesional y personal me consta que la autosugestión puede tanto intensificar como atenuar el efecto que ejerce todo tipo de fenómenos químicos sobre el organismo y el cerebro. Claro está que la autosugestión no puede evitar el efecto de grandes dosis nocivas y tóxicas. Pero si al menos existiera un mínimo de posibilidades... En algunas tribus salvajes aún existe la costumbre de buscar a los culpables entre un grupo de sospechos a los que se les suministra una porción considerable de veneno: la creencia es que sólo morirá el verdadero culpable.
La autosugestión actúa cuando la cuestión está planteada así: “o esto o lo otro” cuando el platillo de la balanza oscila. Su efecto debe ser anticipado, tratando de penetrar a tiempo en la subconsciencia, movilizar las reservas y desarrollar una reacción en cadena antes de que logre hacerlo un agente de efecto contrario.
Considero, por ejemplo, que algunas personas se embriagan desmedidamente por el simple hecho de que mantienen una actitud irresponsable hacia su comportamiento. Y esta irresponsabilidad no sólo consiste en la alteración de la dosis o reglas alimenticias, etc., sino que es más, estas personas no desean o no saben aplicar una autosugestión previa que, con la misma concentración de alcohol en la sangre mantendría su estado anímico y su comportamiento al nivel debido. El hecho de que esto es posible, de que tiene gran importancia una predisposición previa, lo conoce todo simple consumidor de bebidas alcohólicas. Precisamente, en este autocondicionamiento previo consiste, por lo visto, el secreto primordial del llamado “arte de beber” (Lo dicho no significa que el autor apruebe la práctica de embriagarse hábilmente).
Nos queda todavía un problema bastante práctico, como es el caso de un resfriado o una infección... Una persona aún está sana, pero atrapó un fuerte resfriado o se pone en contacto con un enfermo; existe una seria amenaza. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿enfermarse o no enfermarse?
Los mecanismos de causa y efecto del cuerpo y la psiquis son complejos en extremo, casi nunca se puede saber con exactitud por qué el ser humano se enferma o por qué no se enferma. Pero yo lo sé con certeza por experiencia propia (basada en un número bastante grande de observaciones): a pesar de que me haya resfriado, no importa con quien me haya puesto en contacto, si yo logro previamente ejercitar una intensa autosugestión (desprovista de palabras, pero cargada del sentido siguiente: me mantendré sano), ni el resfriado ni la gripe me atraparán. Lo importante es no dejar escapar el momento...
Quiero que me comprendan correctamente. Al ser humano no se le puede obligar a no enfermarse, pero el mismo puede imponerse esa obligación. No son raros los casos opuestos: una persona se enferma en un momento totalmente inoportuno, como si fuera adrede, cuando eso no puede permitirse de ningún modo... Esta situación es parecida a los estados paradójicos (véase más atrás). Es bastante grande el número de personas que saben enfermarse cuando lo necesitan ¡Y se enferman de verdad!
Recibí una carta de un lector en la que expone una idea curiosa. La esperanza media de vida en el ser humano, de 70 años aproximadamente es —en opinión del autor de la carta— el resultado de una sugestión mutua entre las personas practicada a gran escala. Durante toda su vida los seres humanos se inculcan unos a otros la idea de un espacio de tiempo casi como éste y por ello viven tal número de años. Pero si se ubicara a una persona cualquiera en una sociedad de longevos donde “es costumbre” vivir, por ejemplo, hasta 200 años —de lo contrario, no se concebiría esa idea— dicha persona haría un esfuerzo por vivir un número de años más o menos igual...
Este razonamiento no es tan fantástico. Por supuesto, el envejecimiento es un proceso de mucha complejidad, que tiene una gran cantidad de cambios orgánicos por el momento irreversibles e incontrolables, programados en lo fundamental desde el punto de vista genético. Pero la fuerza psíquica — esa que denominan voluntad de vivir —, desempeña en el caso de la vida un enorme papel y esto lo saben los mismos ancianos y aquellos que les rodean. Cuán rápidamente envejece quien está psíquicamente destrozado y cuán inquebrantable es la convicción en la propia salud, y sobre todo, en la necesidad de continuar viviendo, de aquellas personas que viven largos años. En efecto, aquí nunca se sabe cuál es la causa y cuál el efecto: si el ánimo es resultado de la autosugestión o la autosugestión es resultado del ánimo. Pero esto no resulta tan importante, sino que al menos uno sirve de apoyo al otro.

El AE experimental

Hace varios años que los hombres tuvieron conocimientos de las facultades de yoga de los animales. Las ratas, los perros y los gatos pueden aumentar y disminuir la frecuencia de su pulso, regular la tensión sanguínea, modificar la actividad de los riñones, influir sobre las corrientes biológicas del cerebro y la afluencia de la sangre al oído derecho o izquierdo: en una palabra, hacen consigo mismos todo lo que les plazca con tal de evitar el dolor y procurarse los alimentos. Si por ejemplo, en cuanto baja la tensión suena un timbre y no existe otro modo de influir sobre el timbre, como no sea a través de la propia tensión, y del timbre depende que se emita una corriente o no, es aquí donde se ponen de manifiesto estas facultades excepcionales.
Mis colegas extranjeros, los doctores Lang, Kamiya y Miller no daban instrucciones ni tampoco estimulaban a las personas que habían dado su consentimiento en someterse a un experimento: simplemente les pedían conectar un timbre y acortar las franjas reflejadas sobre una pantalla del modo que ellas estimaran convenientes.
— ¿Pero, cómo, si no tengo ningún botón?
— Haga el intento... Adopte un estado tal, de modo que eso suceda.
— ¿Qué estado?
— Pruebe usted...
La señal del timbre o las franjas conectaron a unos captadores que se encargaban de trasladar los ritmos del cerebro provenientes de las cabezas de las personas sometidas al experimento y, en otras pruebas efectuadas, los ritmos cardíacos y los índices de la tensión sanguínea. ¡Y la mayoría de estas personas lograron lo que querían al cabo de cierto tiempo! Al regular el sonido del timbre, la longitud de la franja, etc., regulaban sus ritmos cerebrales y cardíacos, la tensión sanguínea y algunas otras funciones del organismo.
A cada una de estas personas les costaba trabajo describir lo ocurrido. Algunas de ellas “hurgaban” algo en su interior; otras trataban, cada cual a su modo, de relajarse o mantenerse en estado de tensión... Lo principal era hallar “ese” estado al menos una vez: entonces ya resultaba bastante fácil repetirlo y fijarlo.
Un tanteo interno de los estados, divagaciones accidentales, pruebas y errores y cierta comunicación inversa, que da la señal del cambio de funciones: he aquí todo lo que se refiere al método de meter “clavos”... “Los clavos” se meten en los estados propios de cada cual, pero la atención está dirigida a las señales de la comunicación inversa.

Un rezo para sí mismo

Cuando se reflexiona en las experiencias de la autoregulación experimental empiezan a comprenderse de una manera nueva algunos hechos sobradamente viejos.
¿Qué hace el creyente cuando pide salud, inspiración o éxitos? ¿Acaso no realice involuntariamente el mismo “empuje” de la subconsciencia? ¿No está practicando la auto-sugestión, aunque de una forma poética y elaborada durante siglos?
El creyente se fía de una poderosa fuerza externa en cuya existencia cree, sin sospechar que esta fuerza se halla en él mismo. Se ha acostumbrado a considerarse un ser bastante insignificante. Pide milagros a un ser sobrenatural y los obtiene de sí mismo. El aspecto espiritual del ritual, naturalmente, no se agota con la fisiología.

Capítulo 3



Capítulo 5





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